El Programa SJR-Colegios: una opción por las víctimas

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Desde hace tres años los colegios tienen la oportunidad de conocer y colaborar con las víctimas de la violencia gracias al Programa que el Servicio Jesuita a Refugiados ha iniciado en Colombia, en el cual participan estudiantes, docentes, exalumnos y padres de familia.

El Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) es una organización de la Compañía de Jesús, fundada en 1980 por el Padre Pedro Arrupe, Superior General de los Jesuitas, con el objeto de acompañar, servir y defender los derechos de los refugiados y las personas en situación de desplazamiento. En Colombia el SJR hace presencia desde 1994 y ha venido trabajando con Población en Situación de Desplazamiento (PSD) desde 1995. “Actualmente ofrece asistencia a PSD en educación, asistencia en salud, nutrición, proyectos productivos, incidencia política, derechos humanos, y servicio social en general.” [1] De todos estos campos, la incidencia ha sido una de las preguntas que esta organización se ha hecho con más insistencia.

Las cifras de las víctimas en Colombia son bastantes contundentes y las acciones efectuadas no han logrado resolver un problema que sigue en aumento día a día. “El prolongado conflicto armado interno de Colombia ha desplazado a mayo de 2009 a casi 3,1 millones de personas, según cifras del Gobierno, y a más de 4,6 millones de personas, según una fuente no gubernamental fiable.” [2] En los últimos meses hemos sido testigos de la dificultad de un problema que el Gobierno colombiano no ha logrado afrontar de manera eficiente. Situaciones como la ocurrida en el Centro de Bogotá, donde se refugiaron durante varios meses miles de PSD en espera de una solución por parte de las autoridades, la ausencia de garantías en las diversas zonas donde llegan las PSD y la ineficacia en la gestión de mecanismos legales y jurídicos son claros ejemplos que ilustran la ausencia de Estado en diversas instancias.

El SJR ha querido establecer políticas claras en torno a las acciones que tienden a visibilizar la situación de las PSD y generar procesos de incidencia en diferentes entornos, para que los ciudadanos tomemos conciencia de la grave crisis por la que atraviesan muchos de nuestros compatriotas. Por este motivo en 2006 se creó el Programa SJR-Colegios, para incidir en los jóvenes, sensibilizarlos sobre la problemática del desplazamiento, realizar un análisis político del conflicto colombiano, promover los derechos y mejorar el trato que se da a las personas en situación de desplazamiento forzado; de igual manera, reflexionar sobre la corresponsabilidad social de cada ciudadano en la búsqueda de salidas a las problemáticas actuales del país.

El Programa SJR-Colegios desarrolla diferentes tipos de actividades: talleres de formación, campañas de incidencia y salidas de campo. Los talleres están dirigidos a los estudiantes y cuentan con un sustento programado, organizado y en continua discusión por el SJR, con el objeto de conseguir que los estudiantes tengan un primer acercamiento a la realidad crítica de las víctimas de la violencia y conozcan las herramientas con las que pueden contar para fortalecer ciertos procesos indispensables a la Población en Situación de Desplazamiento. En estos talleres se generan espacios de aprendizaje y análisis de la realidad nacional, el conflicto armado, la resolución de diferencias, la Constitución Nacional, los derechos humanos, los mecanismos de exigibilidad; se fomenta el interés en la observación crítica de los diferentes medios de comunicación y se apoya el liderazgo de los jóvenes.

Las campañas de incidencia buscan sensibilizar e involucrar a la comunidad educativa en diferentes aspectos de la realidad nacional, ayudan a crear conciencia de la desafortunada situación de las víctimas de la violencia y gestionan respuestas a favor de los más desfavorecidos. Por ejemplo, durante este año desde el Programa se han promovido campañas en torno a la Mano Roja, iniciativa mundial en contra de la participación de niñas y niños en el conflicto armado; el rechazo a las Minas Antipersonales, armas de control poblacional ampliamente utilizada en zonas de conflicto rural en nuestro país; el día del desplazado, que procura despertar una mirada de estudiantes y docentes a las altas cifras de desplazamiento, los derechos con que han sido amparados en la ley 387 de 1997 y la ausencia de Estado frente a esta problemática.

Las salidas de campo permiten el acercamiento de los estudiantes y docentes participantes a las víctimas e implicarlos en la posibilidad de acompañar y servir a rostros concretos. En estas salidas, que se desarrollan en espacios no académicos, los participantes del Programa visitan zonas marginadas. En Bogotá la experiencia ha sido facilitada por el Equipo SJR Soacha. A este municipio aledaño a la Capital ha llegado el mayor número de PSD del país, a la vez que es un municipio expulsor; las cifras de desplazamiento interno son desconocidas. Quienes se establecen en Soacha difícilmente cuentan con los servicios básicos, la educación es deficiente y las vías de acceso son pésimas, sin contar con las amenazas de grupos al margen de la ley que imponen sus propias leyes. Allí asisten los estudiantes de diversos colegios cada fin de semana; con una programación anticipada se planean y desarrollan actividades como visitas domiciliarias, talleres de formación en derechos, refuerzo escolar infantil, recreación y actividades lúdicas, que han sido bien recibidas por la comunidad.

Los colegios participantes han recibido con bastante agrado el Programa y han brindado un apoyo a las iniciativas que los mismos estudiantes lideran, brindan los espacios en las aulas y fuera de ellas, e incluso proporcionan los materiales para cada actividad. “Si somos conscientes del problema del desplazamiento, afirma Ángela Huertas, una joven estudiante de noveno año del Colegio Santa Luisa, institución educativa dirigida por la Compañía de Jesús en Bogotá, podremos tomar las medidas necesarias para evitar que este flagelo se siga repitiendo.” El Programa brinda herramientas de formación alternativa a la comunidad educativa. “Es muy bueno que se desarrollen actividades como la Campaña de la Mano Roja o el Rechazo a las Minas Antipersonales, explica Jaime Báez, director de pastoral del Colegio Santa Luisa, porque de esta manera se contribuye a la formación integral en valores y se fomenta un espíritu de solidaridad con nuestros hermanos que sufren”.

Con estas actividades se busca brindar alternativas para que cada participante del Programa SJR-Colegios se cuestione y tenga elementos para la construcción de su proyecto de vida, además de toda la incidencia que cada participante puede tener con su familia y amigos. Es muy importante que los estudiantes puedan ser acompañados en la preparación, el desarrollo y la evaluación de estas actividades por sus padres de familia, profesores y otros voluntarios del SJR que apoyen este proceso. “Siento que estar aquí es la mejor forma de hacer algo por mi país, afirma Mateo Varela, otro estudiante del Santa Luisa; es la oportunidad de dejar de ser testigo lejano de un problema que nos afecta a todos y hacer algo concreto.”

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[1] Servicio Jesuita a Refugiados Colombia. “Quiénes somos” Artículo en línea. Disponible en: http://www.desplazados.org.co/somos.htm Consultado en agosto 7 de 2009.
[2] IMDC Internal Displacement Monitoring Centre y NRC Norweguian Refugee Council “Colombia: Continúan nuevos desplazamientos, respuesta aún ineficaz” Julio 3 de 2009. Artículo en línea. Disponible en: http://www.internal-displacement.org/8025708F004BE3B1/(httpInfoFiles)/8A8667977F5BE8AFC12575EF005191A0/$file/Colombia_Overview_Jul09_sp.pdf Consultado en agosto 10 de 2009.


Mantener viva la memoria

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Apuntes sobre la experiencia de misión intersemestral en el puerto de Buenaventura - Colombia


Buenaventura es más que el puerto que todo el país cree conocer.

Fotografía: David Lima, SJ, 2009


Buenaventura es reconocida en el país como la principal puerta marítima, puerto de entrada y salida de innumerables mercancías y paso obligado para cientos de productos destinados o procedentes del Pacífico. No es extraño que, paralelamente a toda la riqueza que transita por la avenida Simón Bolívar, la vía principal de Buenaventura que comunica el interior del país con el Puerto Marítimo, también la pobreza, el conflicto armado y un sinnúmero de situaciones desfavorables se manifiesten en la vida cotidiana de esta urbe. Realidad que ha motivado a la Compañía de Jesús a hacer presencia en ella por medio del Servicio Jesuita a Refugiados. En las siguientes líneas, y partiendo de la visión que en mí han dejado los breves once días de misión durante el pasado periodo intersemestral, en ese municipio intentaré hacer un acercamiento a la situación de Buenaventura y la forma como el SJR ha asumido una misión de frontera.

La lucha territorial

Se podría decir que la lucha que se presenta en esta esquina del Pacífico es, en palabras de sus propios habitantes, una tensión incrementada por el olvido del Estado. En Buenaventura se presentan, a mi modo de ver, dos situaciones antagónicas. Por un lado, la ciudad es vista bajo la mirada ambiciosa de importadores y exportadores, nacionales y extranjeros, quienes ven en este singular Puerto un eslabón indispensable para el comercio con el extranjero. Bajo esta perspectiva han pretendido transformar la ciudad con una serie de megaproyectos, dentro de los cuales se incluye la ampliación del puerto, de las vías de comunicación terrestre, la construcción de nuevos patios para contenedores, y en resumidas cuentas, la adaptación de los terrenos para consolidar la nueva infraestructura necesaria para asumir el reto que implica asumir diferentes tratados de libre comercio.


En Buenaventura el almacenamiento de contenedores y los megaproyectos portuarios han desplazado a los barrios populares. Fotografía: David Lima, SJ, 2009


Por otro lado se encuentran los habitantes del puerto, gente que ha construido una historia con sus manos y que siente el olvido del Estado en materia de salud, educación, vivienda, servicios públicos y seguridad; gente que por sus costumbres y su vida provienen de ancestros afrodescendientes, eternas víctimas de la injusticia y la esclavitud. En el “Foro por la Defensa de los Derechos de las Comunidades Afrodescendientes en torno a los megaproyectos en Buenaventura”, realizado en esa urbe durante los días 25 y 26 de junio, los propios de lugar expusieron a representantes de diferentes comunidades y organizaciones no-gubernamentales, la manera como los barrios más pobres le han robado metros al mar y han convertido esas áreas de baja mar, en terrenos donde plantar sus viviendas. Sus habitantes han llegado allí por situaciones de violencia y desplazamiento. Esta población en su mayoría proviene de poblaciones azotadas por actores armados del Cauca, Nariño, Valle y Chocó, e incluso por la vivienda que se da dentro del mismo municipio, realidad latente y difícil de controlar.


Las narraciones son tan estremecedoras como la experiencia de conocer a los protagonistas de esos acontecimientos. Hombres y mujeres sencillos, de rostros endurecidos por el sufrimiento y de manos encalladas por el trabajo, levantaron palafitos y viviendas de madera y sostenidas por gruesas vigas clavadas en el mar. Hace medio siglo se montaban en alguna canoa y se adentraban en el mar donde podían obtener pescado fresco para el diario. En la actualidad, esa práctica está prohibida según me comentaba con nostalgia una señora del barrio Lleras, donde el SJR desarrolla desde hace un par de años procesos comunitarios en colaboración con la Parroquia San Pedro Apóstol confiada a los padres Redentoristas. Sus habitantes huyeron de un conflicto para afrontar uno nuevo. La zona es víctima del constante enfrentamiento entre diferentes actores armados. La zozobra es constante; cada nueva lucha por el poder deja numerosos muertos. A pesar de la presencia de la Fuerza Pública, aún existen zonas en las que nadie se responsabiliza por la seguridad.

Barrios levantados con sudor y sangre


Durante el Foro, una mujer recuerda a su hijo que se ahogó en medio de las basuras que ahora son el suelo de su barrio. Fotografía: David Lima, SJ, 2009


El barrio Lleras fue inicialmente construido por palafitos y rellenado con basura. Cada ocho días se reunía la gente con palas y carretillas para trabajar y hacer la galemba, es decir, para asentar la basura y los escombros que son la base de las calles. En aquellas mingas se reunía toda la comunidad, algunas señoras preparaban el almuerzo en ollas comunitarias y el resto, hasta los más pequeños, participaban del trabajo. “Nosotras jugábamos con las basuras. Cuando alguna encontraba un juguete bonito -me explica Diana, una joven voluntaria del SJR- se lo llevábamos a nuestras madres, y ellas los hervían en agua para que los pudiéramos usar sin ningún inconveniente.” Las niñas y niños son víctimas pasivas de esta singular práctica. Sus brazos y piernas suelen llevar brotes y picaduras a causa de la contaminación y los parásitos. “Cuando empiezan a aparecer, la mejor solución es restregar duro con agua de mar” afirma Diana. En aquel contexto no es extraño que muchos pequeños fallezcan. “A mí me tocó ver a mi hijo ahogarse en medio de las basuras y no pude hacer nada” sollozaba durante el Foro una mujer sesentona de tez oscura.


La historia del barrio Lleras se repite en incontables barrios que han sido construidos en zonas de baja mar. Para construir las calles tuvieron que recurrir a los padrinazgos políticos; los votos se intercambiaban por arena y cemento. “Ellos ponían el material y nosotros teníamos que poner nuestro trabajo. Esta tierra donde vivimos la hemos construido con sudor y sangre.” Apenas los politiqueros reciben los votos se largan y sólo regresan en tiempos electorales o antes de culminar el periodo de gobierno. Actualmente la mayoría de las casas cercanas al templo parroquial son de material, como ellos mismos llaman a las casas construidas con cemento y ladrillo, y tienen dos y tres pisos; sin embargo, sus propietarios carecen de título de propiedad. Del templo al mar hay menos de diez cuadras, a pesar de ello, su vida y su cultura no tienen al mar como centro. Para estos habitantes de las zonas de baja mar, el mar es algo tan lejano como el día en que tendrán un título de propiedad de su terreno.



Los barrios de baja mar, en Buenaventura, han sido rellenados durante muchos años con basuras y escombros. Fotografía: David Lima, SJ, 2009


El Gobierno no les entrega titulación de esas tierras por el riesgo que presentan, argumentando el inminente peligro de inundación y la vulnerabilidad de las tierras que han sido rellenadas por años con basura. Muchos de los líderes comunitarios que participaron en el Foro no consideran demasiado sensato este argumento, al menos así lo recuerdan los testigos vitales de los hechos. “Luego que la gente encalló sus manos rellenando con basura y arena zonas de baja mar, pavimentaron con el sacrificio que implica rogar a los politiqueros por unas chichiguas, construyeron sus casas, barrios como Cristo Rey y Balboa fueron sepultados para construir el puerto y patios para contenedores.” En Buenaventura la lucha ha sido constante. “Los riesgos que mencionan para no titular nuestras propiedades son meras excusas del gobierno para no ceder un terreno que es visto con ambición por los empresarios nacionales y foráneos. En algunos casos se ha pensado que el área insular de Buenaventura, la Isla Cascajal, sea de uso exclusivo uso del puerto.” ¿Cómo podrán llevar a término este ambicioso proyecto?

Los desalojos

La gente durante el Foro recordaba diferentes incidentes, en los cuales lograron enterrar barrios que ahora son parte de la infraestructura del puerto y sus servicios. “Una noche provocaron un terrible incendio, todas esas casas de madera ardieron, con sus inquilinos dentro, noche y día; poco se pudo salvar. En otra oportunidad, un día de octubre de 1963, en Cristo Rey, Balboa y sus alrededores, un grupo de técnicos esparcieron una compleja red de mangueras por las calles. La gente se preguntaba a qué se debería semejante despliegue tan inusual; la respuesta no se hizo esperar mucho tiempo. A las 3 de la mañana, en medio de la oscuridad, las malditas mangueras expulsaron miles de galones de agua que silenciaron para siempre los sueños de esa comunidad.” La gente recuerda la forma como Monseñor Gerardo Valencia Cano intentó defender los derechos de los más vulnerados. “No salió de allí, se metió en la arena y dijo: «tendrán que pasar sobre mi cadáver», empezaron a inundar el barrio, y a él le llegaba ya la arena a las rodillas. Los bomberos trataban de convencerlo para que saliera pero él les dijo: «me dejo enterrar para que mis huesos clamen justicia por esta injusticia», entonces, lo sacaron a la fuerza.”[1]



La identidad de un pueblo está estrechamente ligada a la tierra que pertenece.

Fotografía: David Lima, SJ, 2009


Las tácticas pueden haber cambiado; pero las intenciones seguirán siendo las mismas. “Ahora no nos echan fuego, ni inundan nuestros barrios, prefieren ir matándonos poco a poco con terror, asesinatos e indiferencia.” La violencia que se vive en esta ciudad sólo responde a los intereses que hay entre ricos y pobres por un territorio. “Yo soy negra, nací aquí, y aunque soy pobre, he construido esta tierra con mis manos y con las de mi familia, mis vecinos, con las de quienes están a mi lado, y también con las de mis seres queridos que nos miran desde arriba; esta tierra es lo único que tenemos y sólo aquí soy lo que soy. Aquí es donde encuentro mi identidad y esta es mi mayor riqueza.” La gente conserva radicalmente sus costumbres. La música, la marimba, las tamboras, los vestidos de faldas largas y coloridas, las camisas frescas de los señores, los sombreros con cintas, las chaquiras blancas y coloridas en los cabellos trenzados de mujeres, las cabezas rapadas de los hombres y el formidable ritmo con que constantemente se mueven por donde van, caracterizan a esta multitudinaria comunidad afrocolombiana.

Apuesta por las víctimas

En este contexto, el trabajo del SJR se ha centrado en entrar a colaborar con numerosas organizaciones que se han preocupado por la situación de los bonaerenses, dentro de ellas se destacan Amnistía Internacional, ACNUR, Solidaridad Internacional, Programa de Comunidades Negras PCN y Batuta, una entidad gubernamental que brinda formación musical a niños y adolescentes. “El trabajo sinérgico de todas las organizaciones que colaboramos en esta parte del Pacífico es clave -explica Luis Fernando Gómez, coordinador del SJR en el Valle del Cauca- cada una de estas instituciones tiene una fortaleza. Lo que hemos pensado es aprovechar lo que sabemos hacer y ponerlo a favor de los más vulnerados, en lugar de trabajar cada uno por su lado.” Precisamente el Foro fue un proyecto mancomunado de varias organizaciones, entre ellas el SJR, con el único objeto de “charlar un par de días en torno a las problemáticas que nos golpean y mantener viva la memoria” -indicaba Gómez en la apertura del Evento. Trabajar en el rescate de la memoria es un factor importante en estas comunidades. De alguna manera, la mayoría de la población que habita esta zona ha sido golpeada por la violencia y el desplazamiento. “El problema no se resuelve con plata; si tuviéramos 200 millones de pesos, tendríamos un problema más -expresa Gómez. Intentar ofrecer planes de mejoramiento de vivienda es difícil, el 90% de las viviendas tienen esa urgencia; por eso preferimos crear conciencia dentro de las comunidades.”


El Servicio Jesuita a Refugiados acompaña a la población en su crecimiento comunitario y en el rescate de su memoria. Fotografía: David Lima, SJ, 2009


El reto del SJR en Buenaventura consiste en acompañar a la comunidad víctima del desplazamiento y la violencia a crear nuevas expectativas de vida. El SJR ha examinado la situación de la gente y ha tratado de establecer líneas de acción para acompañar, servir y defender a las víctimas. Plantear soluciones en medio de tantas necesidades es una tarea dispendiosa; no obstante la apuesta que esta obra Nuestra está haciendo se relaciona con el beneficio de la población en términos de formación de liderazgo y resolución de dificultades. Seguramente, podría ser más fácil dar unos mercados y un subsidio a la gente para que viva unos cuantos días; pero el reto está precisamente en crear herramientas para que la población aprenda a vivir bien no sólo unos días; sino que adquieran una formación en la que descubran que ellos son los artífices de su propio destino, pues dadas las situaciones concretas, el Estado no podrá reparar el daño que las diversas amenazas ha generado en esta población. Este es un trabajo de largo aliento que ha sido asumido con firmaza por el SJR. En mis propios términos, considero que es un trabajo político desde la base, con los más desamparados y vulnerados, que pretende recuperar la dignidad humana en una zona de frontera.

En esos días de misión los escolares jesuitas pudimos ser testigos de una realidad que no figura en la prensa, ni en los noticieros; pudimos conocer los rostros de las víctimas de un conflicto que tiene sus años, dormimos en sus casas, compartimos sus trajines y nos enteramos de sus problemas. Creo que ha sido una oportunidad magnífica para afianzarme en el desacomodo que implica dejar mi casa del Filosofado y ser testigo de cuan dura es la vida para muchos de mis compatriotas. Sólo me resta seguir estudiando con firmeza y mantener viva la memoria para que cuando llegue el momento oportuno sea capaz de dar mi vida por ese Cristo que espera tanto de cada uno de nosotros. Agradezco a la Compañía de Jesús esta oportunidad y al SJR en Buenaventura la calurosa acogida que nos brindaron, la logística desplegada y el deseo profundo de compartir la experiencia que se está desarrollando en esa zona del país.





[1] Testimonio de Doris Cachimbo, en “DeVer 472 Casa de la Memoria Hermano Mayor Monseñor Gerardo Valencia Cano Movice-Buenaventura” publicado por la Comisión Intereclesial de Justicia y paz, en http://justiciaypazcolombia.com/CASA-DE-LA-MEMORIA-HERMANO-MAYOR, Bogotá D.C., 11 de Diciembre de 2008, Consultado en julio 17 de 2009.



 

©2009 Mirada sensible expresa la opinión y el sentir del David Lima, SJ. ¿Inquietudes, dudas, sugerencias? escríbame. Se permite la reproducción si se cita la fuente.